Carmen Salarrullana se encauza para mí entre varios recuerdos. De ellos la clave es uno de los cursos
de la Escuela de Artes de Zaragoza, en torno al año 1966; había un grupo encantador de alumnas,
formales y trabajadoras -procedentes casi todas del Estudio de Mª Pilar Burges, la personalísima
profesora que tanta labor ha hecho en nuestra tierra- que ponían mucho empeño en estudiar Historia del
Arte, y dar con ello base a su trabajo artístico; no eran meras oyentes como otros alumnos, sino que
procuraban buscar un trasfondo a su vocación y base para sus actividades pictóricas. Aquellas
serias alumnas no dejaban de preguntar venciendo su timidez al profesor (o sea yo) y buscar lo que más
pudiesen relacionar con lo que hacían y buscaban. Ese afán de estudio y búsqueda, no lo
abandonarían después. Una de las más formales del grupo era Carmen Salarrullana.
Otro recuerdo acudía a mi mente, el apellido -no muy corriente- traía a mi memoria el primer profesor
mío de Filosofía y Letras: Don José Salarrullana. Y esa era una intuición, pues
efectivamente he sabido luego que era el abuelo de Carmen.
Aquella seriedad estudiantil ha permanecido intacta en su camino voacional, ininterrumpido, marchando
paralelamente a su vida normal de madre de familia, con toda serenidad, sin actuar a empujones, sin abandonos
ni torturas mentales. Seguramente este equilibrio es la característica fundamental de la vida y la obra
de la pintora, pues así ocurre también con su trabajo, siempre ordenado y calculado, enlazando con
la permanencia de un estilo y una manera de hacer, que no ha cambiado con los años: ella permanece
inconmovible en su mode de ver y de hacer pintura, quizás con los años más fluido,
planteándose más problemas en la solución de sus temas y en su concepto del espacio. Pero, en
definitiva, marchando siempre por el mismo camino, recreándose a veces en un aspecto, ora en otro, más
barroca en ocasiones, más diáfana en otras. Su historial, bien extenso y lleno de actividad, de estudio,
de visión y conocimiento ininterrumpido, en pausado caminar, en su tranquila entrega a la pintura. Y así
es sencillo un contemplar, viajar, exponer, hacer pintura, cumplir encargos y siempre procurando mejorar y trabajar
concienzadamente su obra.
Espero y deseo que así sea también su futuro.
Federico Torralba Soriano
Catedrático Emérito de Historia del Arte de la Universidad de Zaragoza